Hace cuatro décadas fue la primera vez que una muerte por consecuencias del sida ocupó los espacios titulares de los diarios en Chile. La noticia, con fecha del 23 de agosto de 1984, daba cuenta del primer caso de una persona con VIH del que se tuvo registro en el país.
Aunque desde 1981 se había tenido información sobre una enfermedad nueva y misteriosa que atacaba el sistema inmunológico, aparentemente todo se había originado en Estados Unidos, al norte del continente, por lo que la población chilena (como de muchos otros países en el mundo) se sentía a salvo de esa “amenaza”, que además, estaba siendo relacionada con los hombres gays.
El virus y el prejuicio
“Murió paciente del cáncer gay chileno”, tituló el diario La Tercera su portada, agregando el “impacto” que provocó el “sorpresivo fallecimiento” en el Hospital de la Universidad Católica. Fue una sorpresa porque el “cáncer gay” implicaba que el fallecido lo era y que un país de mayoría católica debía comenzar a aceptar que las personas homosexuales eran parte de la sociedad.
El VIH, que para entonces ya se conocía como causa del sida, pero que era poco mencionado al hablar de estos casos, dejó de ser una sombra lejana para convertirse en una realidad dura y atemorizante. Sin embargo, algunas autoridades restaron importancia a la situación, diciendo que era un caso aislado y que no pasaría a mayores en una sociedad “decente” como la de Chile, según recoge un reportaje del diario digital The Clinic.
Fue así que el nombre de Edmundo Rodríguez pasó a la historia asociado con la llegada del sida al país. Oficialmente, él fue el primer caso de muerte por sida, pero se desconoce si antes, en comunidades alejadas o en clínicas de menos renombre, hubo otras personas que sucumbieron en medio del prejuicio, la ignorancia o la franca discriminación.
Edmundo y su muerte por sida
Junto con el surgimiento de la epidemia de VIH en Chile, nació también un profundo estigma. Los periódicos se empeñaron en saber quién era el fallecido, cómo vivía, de qué forma había adquirido el virus. Comenzaron referirse a él como “sodomita”, a pesar de que el Hospital de la UC había apelado “a la conciencia ética de los periodistas” y a que consideraran que el caso se había difundido públicamente por ser “de interés científico”, buscando aportar un beneficio para la comunidad.
Sin embargo, varios testimonios refieren un evento muy poco científico en el que, después de la muerte de Edmundo, las sábanas, batas y demás utensilios con los que había tenido contacto en su estancia hospitalaria fueron quemados en el patio de la clínica, reforzando así los mitos sobre la transmisión del VIH.
Con todo, la muerte por sida de Edmundo marcó un antes y un después en la percepción social del VIH en Chile, despertando la conciencia. Puso el tema en la conversación e impulsó tanto la movilización social como el desarrollo de respuestas médicas hacia este nuevo problema de salud.
El primer paso de un largo camino
En aquel entonces, el sida era un concepto cargado de miedo y desinformación. No se conocía mucho sobre el virus que lo causaba y ningún tratamiento había funcionado para evitar la muerte por sida. El fin de la vida de Edmundo sacudió a la sociedad chilena e hizo evidente que era momento de enfrentar un problema de salud de gran magnitud.
Su caso fue el primero en el diálogo sobre temas como la necesidad de investigación, prevención y tratamiento del virus, al mismo tiempo que reveló las profundas desigualdades en el acceso a la atención médica y el impacto del estigma en las personas que vivían con VIH.
Durante esos 40 años se ha avanzado en la respuesta al VIH/sida. El desarrollo de tratamientos antirretrovirales efectivos ha cambiado el pronóstico de las personas con VIH, transformando lo que antes era una muerte segura en una condición de salud crónica y manejable. Sin embargo, la conmemoración del caso de Edmundo nos recuerda que, aunque el panorama ha mejorado, el trabajo todavía no termina.
Las personas que viven con VIH hoy en día siguen enfrentando desafíos importantes. La discriminación y el estigma siguen siendo barreras para el acceso a la atención de salud, y muchas veces impiden que las personas busquen el apoyo y el tratamiento que necesitan. Además, el VIH sigue afectando mucho más a las poblaciones en vulnerabilidad, como las personas LGBTQ+, las que se dedican al trabajo sexual, las que usan drogas, entre otras.
Así, es vital recordar que el VIH no solo es una cuestión de salud pública, sino también de derechos humanos. Garantizar que todas las personas que viven con VIH tengan acceso a tratamiento y atención médica es una obligación ética y social. Las políticas públicas deben enfocarse no solo en la prevención, sino también en la educación, la eliminación del estigma y la creación de entornos seguros y de apoyo para quienes viven con el virus.
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